martes, 28 de julio de 2009

Sopaipillas y leche con chocolate


Frío día de invierno. Me despierta la lluvia que golpea los techos de las casas de la villa en que vivo. Me acurruco un poquito más, disfruto la sensación de estar calientita en mi cama, mientras afuera diluvia, sabiendo que estoy de vacaciones y levantarme temprano no está dentro de mis planes.
Tomo desayuno en pijama, ayudo un poco con la casa, decido si me visto o sigo en pijama, me acuesto a leer un ratito, y finalmente decido que el pijama no me lo saca nadie. Tampoco habrá ducha. Un día de sana suciedad no le hace daño a nadie.

Dibujo, leo, juego con mi hermano chico. Veo tele, mucha tele. Y cuando se acaban los programas que me gusta ver a media tarde (luego de un almuerzo consistente en una humeante cazuela de pollo, especial para días lluviosos), con mi hermano conectamos el Atari; emepamos a recorrer los juegos, y aunque ya los conocemos todos, igual los jugamos otra vez.

A las seis de la tarde comienza a sentirse el olor a aceite caliente, y las sopaipillas friéndose. Se confunde un poquito con el sonido de la lluvia. Y me gusta. Hace calor, la estufa a parafina nos acompaña como cada tarde. Los vidrios se empañan, y mi hermano chico se pone a dibujar en las ventanas con el dedo. Mi mamá lo reta porque dice que los vidrios quedan manchados, y por mientras pone la mesa. Yo la ayudo.
Tres tazas nada más. Mi papá trabaja en el norte, y no le toca venir hasta en 15 días más. Apagamos el Atari, que ya lleva dos horas funcionando sin pausas. Y ponemos la tele, de nuevo. Mi mamá nos prepara humeantes tazones de leche con chocolate, y yo llevo el cuenco con las sopaipillas, pequeñitas, amarillitas y con mucho sabor a zapallo.
Hablamos poco, pero nos reímos harto. Y nos sentimos bastante satisfechos.

Un rato más de juegos, otro poco más de lectura. Paso por encima del cuaderno donde tengo anotadas las tareas que debo hacer para el colegio. Me miran, las miro.... me alejo. Total, queda una semana más.
Me acuesto temprano para leer un ratito más. Vuelve a llover fuerte, y yo estoy acurrucada en mi cama, con tres frazadas gruesas. No se me viene a la mente la gente que habita casas de cartón, o aquellos que viven simplemente a la interperie. Lo único que ocupa mi mente, aun infantil, es la felicidad, aunque no entiendo muy bien a qué se debe eso. Pero me siento dichosa. Me pregunto si, cuando más grande, aun tendré días así. Me pregunto si, cuando más grande, aun seré así de feliz. Cierro los ojos y me imagino que sí... porque ¿qué tan distinta puede ser la vida de adulta a la que tengo ahora?


Pues vaya que es distinta la vida ahora. Es hermosa... pero a veces extraño esos días...

miércoles, 22 de julio de 2009

Y usted cuándo?

Siempre he tratado de cumplir mis metas y planes a cabalidad. Creo que lo he hecho bastante bien, siempre he tomado desiciones de forma tranquila, para no alterar a nadie. Pero al parecer poca gente se da cuenta de ello, pues siempre me piden más de lo que creo puedo ofrecer.

Aprendí a leer a los 3 años y medio. También escribía, pero solo con letra imprenta. Mi padre le presentaba "mi gracia" con el pecho inflado como patito de silabario a todos los familiares, vecinos y conocidos. Y yo, que encontraba lo máximo ser el orgullo de mi papá seguía el jueguito, y hasta incluso sentía un poco de propio orgullo por mi pequeña personita. Pero claro, a más de alguno no le fue suficiente que la niñita de 3 años y medio ya leyera y escribiera. "Uuuy, que simpáaatico... pero cuándo va a escribir con manuscrita??"

Más grandecita, comencé a obtener excelentes resultados en el colegio, mis notas eran casi perfectas. Pero más de alguna tía comentó a escondidas "uuuy, tan inteligente que es la niña, lástima que sea feíta". Ok, esa la escuché y me dolió harto. Además no era ni tan feíta...

Y así, si dibujaba era que no pintaba bien, si cantaba era que no tocaba instrumentos, si trabajaba era que no obtenía un mejor sueldo.... etc.

Tuve un pololeo maravilloso con el hombre más lindo de la tierra, un pololeo largo, estable para los tiempos que corren, una relación de confianza enorme y amor que se advertía a leguas. Pero por supuesto hubo demasiados "uuuuy, qué lindo el pololeo de ustedes, pero cuándo se van a casar??".

Nos casamos, ante la ley y ante Dios. Mi vestido blanco, su traje de etiqueta, como novios de torta. Nos fuimos a vivir solos, tenemos trabajo, cariño, vida. ¡Somos felices! De verdad... Entonces por qué no están conformes!!!??

"Y cuándo van a encargar?", "Y cuándo van a ser papás?", "Y ustedes cuándo?".

No es que me atormente pensando en esto. Soy feliz así, no me molestan las preguntas de los inconformistas de siempre. Pero me puse a pensar en esto hace días. Pareciera que nadie está satisfecho con lo que ve de la vida de otros. ¿O será que me quieren mucho y por eso se preocupan de mi bienestar y realización plena? Quizás sea eso, no me gusta pensar mal y pensar que la gente es chaquetera (en buen chileno).

Por si alguno de los inconformistas de siempre llegara a leer esto (lo que dudo mucho), le aseguro que un matrimonio es feliz sin hijos, y no es que esté descartado, sólo que no lo haremos ahora sólo porque ud. lo quiere, me entiende?

Al que me diga "uuuy, tienes un blog... pero cuándo tendrás tu propio sitio web??" lo acusaré acá mismo.

De todas formas podrán decir "y qué le importa a esta lo que le digan los demás". Pues al que no le haya quedado rondando alguna "sugerencia inconformista" que lance la primera piedra.

Sacando el polvo y las telarañas

Aún no le encuentro un buen uso a un blog que sólo hable de temas relativamente personales, como pasatiempos, gustos sobre música, cine, cosas de lisa y llana propiedad privada como mi novio, mi pololo, mis padres, mis malvados hermanos, o mis ideas sobre la vida y la muerte... osea, a quién le podría interesar? Pero bueh... quizás sea mi lado más exhibisionista el que me hace retomar el blog. Por supuesto, si notan que mi lado más exhibisionista es escribir acá, comprenderán que en realidad no lo soy tanto.

Retomando la historia de este blog, en un principio no sólo me pertenecía a mí, si no también a mi, en ese entonces, pololo. El blog se llamaba "Cosas de él y ella", y no es difícil saber de qué iba: simplemente de cosas sobre nosotros.
Lamentablemente por tiempo, yo era la única que escribía regularmente (aunque ni tanto tampoco), y las entradas de él eran muy poquitas. Finalmente tomé todas las entradas y las guardé en mi archivo personal, dejándome el blog sólo para mí. Y claro, tuve que cambiarle el nombre. Antes, eso sí, publiqué la entrada que más me había gustado de las que yo había escrito, y con esa inaguré el presente blog, pero no lo continué porque no tenía mucha inspiración para escribir, aunque fueran cosas volátiles.

Hace poco tuve la idea de convertirlo en un blog de denuncias, pero después entendí que soy muy dispersa y no me gusta dedicarme solo a una cosa. Un blog de denuncias me iba a tomar más trabajo, y tiempo para esas cosas es el que me falta. Por eso, mejor, si tengo algo que denunciar, lo hago aquí mismo, sin importar que sea entre un post en el que hable sobre mi helado favorito, y otro que explique mis ideas sobre los extraterrestres.


Probablemente nadie lo vaya a leer, pero por si las moscas, intentaré no hacerlo tan personal.
Eso sería por mientras.... quizás haga una entrada más hoy, así como para sentirme animada a continuar con esto.

martes, 5 de agosto de 2008

Mis lugares favoritos


Retomando, con algunos cambios esta vez. Y comienzo con la entrada que más me gustó de entre las que hice en mi blog anterior.

Tengo cierta fijación con los "lugares". Creo que los lugares son refugios de recuerdos y fábricas de sensaciones. Hay lugares que tienen una magia muy especial, y otros que me dan lo mismo. Quizás porque cada espacio tiene su encanto propio y cada persona tiene su estilo propio. Por eso seguramente los sitios que a mí me agradan, para otra persona no tienen mayor gracia.

Un lugar, que no es "uno" en particular, que es especial para caminar en otoño, con un sol tibio de atardecer para completar la condición perfecta, son las viejas calles de Santiago con adoquines, calles estrechas por las que los autos no circulan, rodeadas de edificios antiguos que serían mi hogar ideal. Por algún motivo, esas calles tienen la magia particular de filtrar sonidos, aire y movimiento. Cuando entras a esas calles es como si no estuvieras en esta ciudad tan ruidosa, tan impura. Considero esas calles como los vestigios de una inocencia pérdida de una ciudad que se quiso unir al mudo globalizado, y que para esto tuvo que sacrificar su propia paz.

En algunas de estas calles (la mayoría ubicadas en los sectores del cerro Santa Lucía, Iglesia de San Francisco y ex-edificio Diego Portales... también las hay en el barrio Brasil) a veces te encuentras con algún café acogedor. ¿Hay algo más exquisito?

Otro lugar de Santiago que adoro es la calle República, pero no precisamente el "barrio universitario". Si continuas por calle República, pasando todos esos institutos y universidades, comienzas a ver una cantidad de casas con una arquitectura muy especial. Incluso recuerdo una en particular, una casa realmente extraña, al parecer hecha de cemento, pero sin pintar. Parecía haber sido construida imitando un estilo muy antiguo, casi medieval. Tenía un aspecto de iglesia, la verdad algo tétrico. Esataba abandonada, y cuando pasamos por ahí, precisamente en otoño, el suelo era una alfombra de hojas amarillas. Quedé tan impactada y atraída por la casa, que juré volver a fotografiarla. Pero nunca he vuelto...

Salgamos de Santiago. Vayamos a mi lugar favorito de la tierra: Pichilemu. Esta ciudad costera tiene muchísimos atractivos, pero hay dos que me fascinan en particular; la plaza Arturo Prat, ubicada en uno de los extremos de la costanera. No tiene nada en especial, pero está construída en un lugar lo suficientemente alto como para apreciar un gran tramo de playa desde allí. Además, por ser un lugar abierto, el viento pega muy fuerte, te desordena el pelo, y te golpea la cara. Y te hace feliz. Cuando llego a Pichilemu, al ir a la playa por primera vez, paso antes por esa plaza, y contemplo el mar. Es una forma de decirme a mí misma "aquí estoy otra vez, al fin".

Por último está el llamado "Infiernillo". Éste es un sector de playa no apto para el baño, ya que está llena de rocas, por lo que el agua se agita más, incluso llegando a la orilla. Pero yo no me baño ahí, no me interesa. Yo sólo adoro sentarme en una roca alta y contemplar el mar. Disfruto cuando las olas chocan en las rocas, provocando un estruendo, y salpicando infinitas gotitas de espuma, con aroma a sal. Es un lugar muy revuelto, un pequeño caos para el mar. Y sin embargo, me trae una paz gigante, puedo pasar horas allí, sólo esperando que la siguiente ola sea más grande que la anterior.

Estos son algunos de los lugares que producen algo en mi corazón. Lugares para compartir sólo con alguien especial, que pueda comprender mis sentimientos